Mi blog como bailaora se llama:
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domingo, 17 de abril de 2011

solo se conoce lo que se ama


Sólo se conoce lo que se ama El otro día pasé un momento de angustia que se coló por los antidepresivos. Escuchando una nana del Cigala que pienso coreografiar, dejé que las lágrimas cayeran como perlas ante la hermosura triste de la música, música que además de hablar de un niño que duerme arrastra ese mar melancólico que es el “raje” del cante flamenco. Mientras esperaba mis alumnas en la pequeña humilde sala de baile, me senté-o desmoroné- sobre una silla y le dí paso a la angustia. Había apagado la luz e intenté buscar claridad dentro de mi alma. Qué había sucedido de tan grave? Simplemente, ese día Minuit había sido castrada. Y tenía que entender por qué el primer proyecto de que fuera madre, tan querido y acariciado por mí, se convirtió en aquella jornada violenta en la cual la llevé a la veterinaria para que le sacaran sus ovarios. Proceso, claro está, al cual someten ahora el 80 por ciento de las hembras, sobre todo las gatas que quedan constantemente preñadas de gatitos que después nadie quiere y van a parar a la calle. De sólo pensar que la despojarían de sus ovarios me arremetía una oleada de dolor e impresión al ver con cuánta indiferencia el hombre arremete contra los fuertes designios de la naturaleza. Pero sobre todo me “asustaba” esa especie de “consciencia social” tipo china comunista en donde “castrar” es sinónimo de “beneficio”. Y bien, sea como sea, aunque se que es una tremenda boludez –valga la palabra- preocuparme por un gato cuando media humanidad yace bajo el dolor y el desamparo, se me vinieron a la cabeza las imágenes más brutales de Bernarda Alba, y de mí misma, y también de esa mano invisible del destino que nos lleva el pulso obligándonos a escribir algo que no teníamos pensado. Así yo, una especie de Bernarda, ante la hipocresía y el egoísmo del mundo, acababa de castrar a mi hija adoptiva, la pequeña gatita Minuit, grácil y delgada como una bailarina, salvaje y cazadora, noctámbula, enamoradiza y rebelde, para convertirla en una torta casera a gusto del consumidor, ronroneante y feliz, ignorante de las gotitas de la lluvia, los placeres de la noche y sus peligros, la pequeña flor que crece en silencio, la huella de las bicicletas sobre el asfalto, las discusiones del consorcio sobre las escaleras, en fin todos esos recodos de su espléndida curiosidad que la convocaban a la vida. Cuánto tenía que ver mi vida con la suya? Por cierto, en la penumbra de ese cuarto, mientras sonaba la “nana” fueron una sola. Sentí que mis entrañas habían ido a parar al tacho de la basura. Alguna vez las seguiría mi corazón, no lejos del corazón de los hombres. Fue un instante en el cual sentí pánico, un pánico legítimo que a la vez legitimaba mi única posibilidad de existir en este mundo. Pensé en correr a rescatarla y me sentí ridícula y frágil, hasta que una voz- salida de mi propia necesidad de supervivencia me dijo: “sin culpas, Marta, Minuit va a estar bien”. Y me consolé pensando que es sólo una gatita. Y que ojalá que el mundo reviente. Minuit Salió de su jaula borracha y flacucha, bajo los efectos todavía de la anestesia. Tenía en el costado un cuadrado desprolijo y afeitado en el medio del cual una cicatriz cosida burda y fuertemente. Las patitas apenas si la sostenían. En uno de sus largos guantes blancos tenía puesta una cinta adhesiva, seguramente allí la habrían pinchado. Empezó a caminar trastabillando como si fuera ciega y sin embargo fue reconociéndolo todo, poco a poco. A mi no se acercó al principio ni yo a ella. Intentó escalar a una silla sin éxito, a mí se me estrujaba el corazón, al ver que no podía escalar sus alturas. Sus ojitos no tenían esa vivacidad de siempre, estaba como enferma y derrotada y sin embargo insistía en recorrer y reconocer sus lugares: el sofá, el balcón, la mesada de la cocina… Yo solo sentía que la amaba. Hubiera dado cualquier cosa por evitarle a ese animalito ese momento de desconcierto e impotencia. Y sin embargo, yo era su autora. Y desde este día, no sólo escribiría sus deleites, sino también sus penas en el libro del debe y el haber que me reclamará Dios, cuando llegue a Su lado y le pida que por favor me deje entrar al cielo con mi gata.