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lunes, 11 de enero de 2010

Simplemente Sandro

Simplemente, Sandro

Hacía mucho tiempo, yo casi no lo recordaba, así como-en la precipitación del presente y sus urgencias, tampoco recordaba las dulzuras y rudezas de mis trece, quince años. Lo dulce, cuando empezábamos a soñar con el amor, lo rudo, los pequeños desencuentros, los ingenuos desencantos, en una palabra: la infancia del amor, la pubertad de la pasión, el dolor de la adolescencia. Efervescencia, espuma de los días, romanticismo que creaba la ilusión del amor y el primer deseo. Primer beso, depositado en los labios de una imagen del ídolo…mientras un trigal se estremecía entre sus brazos…

Para la gran mayoría de las mujeres que crecimos en los sesenta, Sandro era aquel que nos enamoraba porque conocía algo de nosotras que intuíamos apenas, y eso era quizás, aquel romanticismo que llevaríamos a lo largo de la vida contra viento y marea. Aún cuando el tiempo y los avatares de la vida nos hubieran arañado de frente y perfil. Aunque le hubiésemos sido infieles casándonos con otro.
Él mismo trataba de explicarlo, refiriéndose a sus fans: “ -yo no se lo que me pasa con mis nenas”, “cuando canto se produce una química que hace que de pronto yo tenga veinte años y ellas tengan quince ” .Y el tiempo no ha pasado: están allí atrapados por la magia de la canción y del escenario y de las palabras. Que a lo mejor no hablan a ciertos oídos más literarios, pero que sí saben nombrar las cosas que calan hondo en el alma de la gente sencilla.

Y quien posee esas palabras, es amado. Es algo que resiste los análisis sociológicos .Es pura comunicación, no admite sofisticaciones. No se busca ni se compra, Se tiene, simplemente. Y no lo tiene cualquiera, no lo logra cualquiera. Poder hablarle al pueblo es el privilegio de los grandes.


Sandro vivió la vida,la cantó, la amó, ayudó a gente. También amuralló su intimidad para que no fuera avasallada. Pero cada vez que pudo y supo, emergió de esa muralla para dar lo mejor de sí: su canción, y recibir aquel amor que sus ojos demasiado bellos, y sus labios increíbles hacían aflorar en otros ojos y en otros labios anhelantes.

A veces el público quería desbordarse y él los llamaba al silencio, para hacerlos escuchar y sentir su canción. Y entre sus “ayes” y suspiros, se escuchaba en ese silencio, la respiración entrecortada junto al micrófono. El hombre tan amante de vivir se entrego con aquella misma fe a un transplante de corazón y pulmones.
Su último gesto fue la entrega. En la vida, como en el canto.
Fue acompañado hasta su última morada por cien mil personas, el pueblo que lo siguió desde su infancia, la gente de sus barrios, a quienes sus canciones acompañaron a través de la vida, las mujeres que lo amaron - sus “viudas”- todos quisieron acompañarlo esta vez a él.
El cortejo se pobló de rosas rojas.

La gente lo lloraba pero él les había pedido que estuvieran alegres…Porque cuando poco a poco el gran velo de la ilusión se levantase, se darían cuenta, de que, “al final, la vida sigue igual”.

Y si, Sandro, seguiremos riendo y seguiremos llorando, temblando, enamorándonos, pero algo sagrado, misterioso y bello se va con vos…es nuestro amor, gitano, del cual tanto sabías!

Hoy soy una niña adolescente volviendo por las veredas de la escuela…es el año 67 y voy tarareando tus canciones…

Marta Bernazano
A Sandro, enero del 2010