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viernes, 11 de marzo de 2011

noche de carnaval

Introducción



No se trata de escribir un cuento. No podría. Cuento me sabe a "ficción" y como decía el autor de "Bomarzo"-cuyo nombre no recuerdo ahora (Ah! Mujica Lainez!), ya demasiado tenemos con la realidad. El quería decir que no se necesitaba que la literatura se comprometiera con la realidad; En mi caso se trata de ir directo a la realidad y descubrir lo que ella tiene de "ficción".

Otra cosa :- y de ésto se burlaría mucho mi amiga "I", participante conmigo de esta "noche de carnaval"- nunca puedo salirme de la primera persona. Por lo tanto, no soy escritora.Según ella. para escribir como un verdadero autor uno debe dejar de lado la primera persona.

Yo no se si ésto es cierto o no es cierto pero ya me parecen demasiado largas todas estas explicaciones, como si escribir necesitara de excusas. Bueno, aquí va...ésto, lo que sea!

Ines

Mi amiga I- que la mayor parte de ustedes reconocerán a través de estos rasgos- es una mezcla rara de penúltimo astronauta y de primer humano llegado a Venus. Es muy linda. Pero sobre todo, le corre por las venas una especie de fuego, sangre caliente, señores, que le dicen. Es de esas personas que no se distraen sobre lo que le pasa al prójimo.


A los veinte años, la trajeron medio muerta del norte argentino ya que durante años trabajó por los desposeídos en una misión que ella misma se impuso a raíz de una promesa hecha a la Virgen en sus años de niña. la Virgen , que la salvó de ser huérfana, le esculpió a fuerza de sufrimiento y camino la consciencia del otro.

Este sentimiento de piedad, podría decirse, se manifiesta en ella como una especie de borrachera de si misma.
En cambio a mí me hace falta el alcohol y la realidad para llegar a sentir qué poco me importa todo.



Yo

Pido perdón a aquellos que se sientan ofendidos por la utilización de la palabra "yo" en este relato de hechos reales atravesado por las reflexiones de una mirada personal.Hace años que renuncié a ser escritora, lo cual me permitió escribir.

Yo me emborraché, textualmente, porque al llegar al corso (ese monstruo de mil cabezas hijo del carnaval) que se realizó en la Costanera Este de mi patria chica, Santa Fe, mi único deseo era un choripán grasiento y una birra.
Y fue al irme tras ella-la birra- que dejé sola a Inés con el pedido del choripán: le hizo poner tres salsas. mayonesa, mostaza y chimichurri, con lo cual hizo falta mucha cerveza para aguantar los veinte minutos de espera en la cola para entrar al predio en que se desarrollaba el carnaval. Todo lo que vi después- debo confesarlo-fue bajo los efectos del alcohol. Y es así como lo escribo.

Cuatro colas bien colmadas esperaban el acceso. la gente estaba tranquila pero se apretujaba y protestaba contra los colados que venían de todas partes, embistiendo.
Policía no había, un par de agentes a caballo. No vi más orden que el desorden reinante y típico de todo corso: parejitas abrazadas, niños con madres y padres, muchachones bebiendo cerveza, todos yendo y viniendo en alegre hormigueo, por detrás de la delgada línea que separaba las dos partes del predio, exactamente iguales: choripanes, caminatas, niños jugando con espuma y a ambos lados de la calle central dos hileras de sillas palpitantes de espectadores absortos ante el pasaje de una comparsa más de gente que de mascaritas i disfrazados que desfilaba sin mucho ánimo, tal vez en aquel sector, ya casi llegando al final, cerca de donde los colectivos municipales que los habían traído esperaban para devolverlos al barrio. Parecía más una exposición de carencias que un despliegue de energía, niños , adolescentes frágiles y otras más robustas moviendo caderas y piernas, algún dragón de sábana pintada y lentejuela por ojos, alguna madre de santo copiada de las grandes comparsas seguían el compás y siempre por detrás, caminando al revés venían las murgas: siete u ocho jóvenes vestidos con colores fuertes, rasos brillantes, caras sudorosas, brazos musculosos y tatuados, rostros de piel oscura hacíendo resonar en sus tambores los ritmos característicos de las puebladas argentinas.
"I" me fue explicando: estas bandas de murgueros fueron la posibilidad de que los muchachos de las barriadas marginales hicieran otra cosa que robar y drogarse, del mismo modo que estas comparsas "familiares" eran tal vez la única posibilidad para estas gentes venidas de un "lejos" imposible de describir, de mostrar su carnaval . Y de ese modo- explicaba- tienen el privilegio de ser aplaudidos aunque sea una vez. Muchos de esos barrios se habían inundado y después de la inundación, los bombos fueron la única cosa a la cual muchachos que lo habían perdido todo, se aferraron con pasión.
El río, su orilla quieta bajo la noche calurosa y estrellada, alguna barca estática, los pilares de luces de la costanera construyendo una barandilla luminosa del lado "oeste" ,el lado "bien" de la ciudad aparecían impasibles al bullicio de la plebe. Pero de alguna manera uno, o yo, sabía que allí estaríamos a salvo.

La pausa

"I" y la que escribe, hicimos una pausa caminando hasta las orillas del río. Allí, jugamos a ver en los espejismos del agua. Los camalotes parecían barcazas moviéndose entre los pilares de luces que ya componían un murallón allá a lo lejos. Y desde el otro lado, todas esas imágenes fantasmagóricas, organizaban su propio corso, silencioso, esfumándose en el agua.

O eran como a los lados de un espejo, dos corsos, siempre iguales a si mismos, de uno y otro lado de la ciudad y a medida que indagábamos en la búsqueda , nos dábamos cuenta de que este carnaval era sólo éso: los barrios humildes con lentejuelas y plumas, estandartes y bombos habían bajado a darnos la serenata de su carnaval eterno, una parte de su alegría, una parte de su miseria.

Estaban diciendo, claro, acá estamos. o tal vez siempre lo estan diciendo, sólo que no los escuchamos o que no los vemos.

Que realmente estuvieron quedó registrado en una cámara fotográfica: el casi esfervescente pasar de la comparsa de Alto Verde y sus ranchitos dormidos, una walkiria emplumada de un barrio cuyo nombre no puedo recordar, una madre de santo riendo con bonanza en la humildad de su traje de fiesta, un "negrito" como tantos otros, descalzo, con su tambor y sus palillos.

Su tenue sonreir se fue apagando con el corso.

Dejamos atras las madres de santo, las fotos., los saludos,.
el escenario, los locutores, los niños ,
la gente,
la ilusión,
la comparsa
en su presencia y olvido, huyendo más rápido que el carnaval hacia "el otro lado", dejándolos con sus choripanes y sonrisas desdentadas y espectantes ,sus remeras desteñidas, sus ojillos esperanzados.

Me dije que por pocas monedas la municipalidad, el elegante municipio les había regalado un carnaval. Pero, decididamente, ése era el carnaval "de ellos".

Y nadie más podría comprarlo.