Mi blog como bailaora se llama:
http://martabernazanobailaflamenco.blogspot.com/

jueves, 8 de diciembre de 2011

con emoción, Flamenco, flamenco!

quiero decirle humildemente a ese Carlos Saura, que realmente lo considero un genio, pues sólo él ha podido plasmar el alma del flamenco a través de sus mejores artistas, y fundiéndolo todo con el arte con mayúsculas que implican esa fusión inigualable que sólo el cine produce para crear una atmósfera de absoluta entrega, no sólo de lo que el artista quiere decir, sino de lo que el espectador-otro artista- está captando y elaborando a su vez.Gracias, Carlos Saura, gracias a todos los artistas que me han hecho temblar y llorar de emoción, gracias flamenco! Marta

domingo, 14 de agosto de 2011

Domingo de elecciones...valga la palabra!

Llena mi cabecita esta mañana de pensamientos no pude menos que acceder a darles forma y,como decía Atahualpa, a lo largo de la vida fumar fumar y pensar...sueños envueltos en humo y eran humo nada más. Una misma manera de decir "caminante son tus sueños el camino y nada más, caminante no hay camino, se hace camino al andar, al andar se hace camino y al volver la vista atrás se ve la senda que nunca se ha de volver a pisar. Caminante no hay camino, sino estelas en la mar." Y de nuevo, Machado, y de nuevo Carver, ese alucinante libro que Laura dejó sobre mi cama en su casa y que me recibió en Buenos Aires en mi última visita.
Afecto? Seguro, una manera de mostrarlo como el perfume de una pequeña flor silvestre , tímido pero persistente.
Dentro de ese libro de cuentos de Carver había la respuesta a la pregunta sobre Raúl. Qué era lo que lo apasionaba en ese libro, en ese autor...
Algo me había dicho sobre el mostrar una sociedad enferma o sea que su mirada iba decididamente a lo social, pero yo encuentro en Carver, y en ese paralelismo que hace Raúl con su propia vida, las múltiples explicaciones del fracaso, de lo áspero de la existencia, de esa infinita tristeza que comunica la imposibilidad del amor pero también la imposibilidad de entenderlo, o de saber que es lo que esperamos de él.
Así tal vez Raúl haya muerto esperando saber algo acerca del amor. paradójicamente, uno de los cuentos que más lo impactó fue "de que hablamos cuando hablamos de amor", uno de los cuentos más cerrados, impenetrables pero tal vez significativos de su obra, en donde Carver, como en una obra de teatro cuya cámara se acerca peligrosamente en primeros planos a los personajes y cuyo oído capta respiraciones y suspiros, frases movidas por el miedo, la indignación, la cólera, violencia desparramada con franqueza o no, sobre el mantel de lo cotidiano, donde también se encuentra el vino, ese amigo que ayuda a decir hasta el final...
Cual puede haber sido el pedido de ese hombre a través de los años? Cuál su desesperada pregunta que, como en Carver, permanece sin respuesta?
Por qué no reaccionó furiosamente contra la sociedad castradora que lo fue instalando de a poco en el banquillo de los acusados?
Tal vez el sabía, como Carver, que no hay salvación posible.

Santa Fe Agosto del 2011

domingo, 17 de abril de 2011

solo se conoce lo que se ama


Sólo se conoce lo que se ama El otro día pasé un momento de angustia que se coló por los antidepresivos. Escuchando una nana del Cigala que pienso coreografiar, dejé que las lágrimas cayeran como perlas ante la hermosura triste de la música, música que además de hablar de un niño que duerme arrastra ese mar melancólico que es el “raje” del cante flamenco. Mientras esperaba mis alumnas en la pequeña humilde sala de baile, me senté-o desmoroné- sobre una silla y le dí paso a la angustia. Había apagado la luz e intenté buscar claridad dentro de mi alma. Qué había sucedido de tan grave? Simplemente, ese día Minuit había sido castrada. Y tenía que entender por qué el primer proyecto de que fuera madre, tan querido y acariciado por mí, se convirtió en aquella jornada violenta en la cual la llevé a la veterinaria para que le sacaran sus ovarios. Proceso, claro está, al cual someten ahora el 80 por ciento de las hembras, sobre todo las gatas que quedan constantemente preñadas de gatitos que después nadie quiere y van a parar a la calle. De sólo pensar que la despojarían de sus ovarios me arremetía una oleada de dolor e impresión al ver con cuánta indiferencia el hombre arremete contra los fuertes designios de la naturaleza. Pero sobre todo me “asustaba” esa especie de “consciencia social” tipo china comunista en donde “castrar” es sinónimo de “beneficio”. Y bien, sea como sea, aunque se que es una tremenda boludez –valga la palabra- preocuparme por un gato cuando media humanidad yace bajo el dolor y el desamparo, se me vinieron a la cabeza las imágenes más brutales de Bernarda Alba, y de mí misma, y también de esa mano invisible del destino que nos lleva el pulso obligándonos a escribir algo que no teníamos pensado. Así yo, una especie de Bernarda, ante la hipocresía y el egoísmo del mundo, acababa de castrar a mi hija adoptiva, la pequeña gatita Minuit, grácil y delgada como una bailarina, salvaje y cazadora, noctámbula, enamoradiza y rebelde, para convertirla en una torta casera a gusto del consumidor, ronroneante y feliz, ignorante de las gotitas de la lluvia, los placeres de la noche y sus peligros, la pequeña flor que crece en silencio, la huella de las bicicletas sobre el asfalto, las discusiones del consorcio sobre las escaleras, en fin todos esos recodos de su espléndida curiosidad que la convocaban a la vida. Cuánto tenía que ver mi vida con la suya? Por cierto, en la penumbra de ese cuarto, mientras sonaba la “nana” fueron una sola. Sentí que mis entrañas habían ido a parar al tacho de la basura. Alguna vez las seguiría mi corazón, no lejos del corazón de los hombres. Fue un instante en el cual sentí pánico, un pánico legítimo que a la vez legitimaba mi única posibilidad de existir en este mundo. Pensé en correr a rescatarla y me sentí ridícula y frágil, hasta que una voz- salida de mi propia necesidad de supervivencia me dijo: “sin culpas, Marta, Minuit va a estar bien”. Y me consolé pensando que es sólo una gatita. Y que ojalá que el mundo reviente. Minuit Salió de su jaula borracha y flacucha, bajo los efectos todavía de la anestesia. Tenía en el costado un cuadrado desprolijo y afeitado en el medio del cual una cicatriz cosida burda y fuertemente. Las patitas apenas si la sostenían. En uno de sus largos guantes blancos tenía puesta una cinta adhesiva, seguramente allí la habrían pinchado. Empezó a caminar trastabillando como si fuera ciega y sin embargo fue reconociéndolo todo, poco a poco. A mi no se acercó al principio ni yo a ella. Intentó escalar a una silla sin éxito, a mí se me estrujaba el corazón, al ver que no podía escalar sus alturas. Sus ojitos no tenían esa vivacidad de siempre, estaba como enferma y derrotada y sin embargo insistía en recorrer y reconocer sus lugares: el sofá, el balcón, la mesada de la cocina… Yo solo sentía que la amaba. Hubiera dado cualquier cosa por evitarle a ese animalito ese momento de desconcierto e impotencia. Y sin embargo, yo era su autora. Y desde este día, no sólo escribiría sus deleites, sino también sus penas en el libro del debe y el haber que me reclamará Dios, cuando llegue a Su lado y le pida que por favor me deje entrar al cielo con mi gata.

viernes, 11 de marzo de 2011

noche de carnaval

Introducción



No se trata de escribir un cuento. No podría. Cuento me sabe a "ficción" y como decía el autor de "Bomarzo"-cuyo nombre no recuerdo ahora (Ah! Mujica Lainez!), ya demasiado tenemos con la realidad. El quería decir que no se necesitaba que la literatura se comprometiera con la realidad; En mi caso se trata de ir directo a la realidad y descubrir lo que ella tiene de "ficción".

Otra cosa :- y de ésto se burlaría mucho mi amiga "I", participante conmigo de esta "noche de carnaval"- nunca puedo salirme de la primera persona. Por lo tanto, no soy escritora.Según ella. para escribir como un verdadero autor uno debe dejar de lado la primera persona.

Yo no se si ésto es cierto o no es cierto pero ya me parecen demasiado largas todas estas explicaciones, como si escribir necesitara de excusas. Bueno, aquí va...ésto, lo que sea!

Ines

Mi amiga I- que la mayor parte de ustedes reconocerán a través de estos rasgos- es una mezcla rara de penúltimo astronauta y de primer humano llegado a Venus. Es muy linda. Pero sobre todo, le corre por las venas una especie de fuego, sangre caliente, señores, que le dicen. Es de esas personas que no se distraen sobre lo que le pasa al prójimo.


A los veinte años, la trajeron medio muerta del norte argentino ya que durante años trabajó por los desposeídos en una misión que ella misma se impuso a raíz de una promesa hecha a la Virgen en sus años de niña. la Virgen , que la salvó de ser huérfana, le esculpió a fuerza de sufrimiento y camino la consciencia del otro.

Este sentimiento de piedad, podría decirse, se manifiesta en ella como una especie de borrachera de si misma.
En cambio a mí me hace falta el alcohol y la realidad para llegar a sentir qué poco me importa todo.



Yo

Pido perdón a aquellos que se sientan ofendidos por la utilización de la palabra "yo" en este relato de hechos reales atravesado por las reflexiones de una mirada personal.Hace años que renuncié a ser escritora, lo cual me permitió escribir.

Yo me emborraché, textualmente, porque al llegar al corso (ese monstruo de mil cabezas hijo del carnaval) que se realizó en la Costanera Este de mi patria chica, Santa Fe, mi único deseo era un choripán grasiento y una birra.
Y fue al irme tras ella-la birra- que dejé sola a Inés con el pedido del choripán: le hizo poner tres salsas. mayonesa, mostaza y chimichurri, con lo cual hizo falta mucha cerveza para aguantar los veinte minutos de espera en la cola para entrar al predio en que se desarrollaba el carnaval. Todo lo que vi después- debo confesarlo-fue bajo los efectos del alcohol. Y es así como lo escribo.

Cuatro colas bien colmadas esperaban el acceso. la gente estaba tranquila pero se apretujaba y protestaba contra los colados que venían de todas partes, embistiendo.
Policía no había, un par de agentes a caballo. No vi más orden que el desorden reinante y típico de todo corso: parejitas abrazadas, niños con madres y padres, muchachones bebiendo cerveza, todos yendo y viniendo en alegre hormigueo, por detrás de la delgada línea que separaba las dos partes del predio, exactamente iguales: choripanes, caminatas, niños jugando con espuma y a ambos lados de la calle central dos hileras de sillas palpitantes de espectadores absortos ante el pasaje de una comparsa más de gente que de mascaritas i disfrazados que desfilaba sin mucho ánimo, tal vez en aquel sector, ya casi llegando al final, cerca de donde los colectivos municipales que los habían traído esperaban para devolverlos al barrio. Parecía más una exposición de carencias que un despliegue de energía, niños , adolescentes frágiles y otras más robustas moviendo caderas y piernas, algún dragón de sábana pintada y lentejuela por ojos, alguna madre de santo copiada de las grandes comparsas seguían el compás y siempre por detrás, caminando al revés venían las murgas: siete u ocho jóvenes vestidos con colores fuertes, rasos brillantes, caras sudorosas, brazos musculosos y tatuados, rostros de piel oscura hacíendo resonar en sus tambores los ritmos característicos de las puebladas argentinas.
"I" me fue explicando: estas bandas de murgueros fueron la posibilidad de que los muchachos de las barriadas marginales hicieran otra cosa que robar y drogarse, del mismo modo que estas comparsas "familiares" eran tal vez la única posibilidad para estas gentes venidas de un "lejos" imposible de describir, de mostrar su carnaval . Y de ese modo- explicaba- tienen el privilegio de ser aplaudidos aunque sea una vez. Muchos de esos barrios se habían inundado y después de la inundación, los bombos fueron la única cosa a la cual muchachos que lo habían perdido todo, se aferraron con pasión.
El río, su orilla quieta bajo la noche calurosa y estrellada, alguna barca estática, los pilares de luces de la costanera construyendo una barandilla luminosa del lado "oeste" ,el lado "bien" de la ciudad aparecían impasibles al bullicio de la plebe. Pero de alguna manera uno, o yo, sabía que allí estaríamos a salvo.

La pausa

"I" y la que escribe, hicimos una pausa caminando hasta las orillas del río. Allí, jugamos a ver en los espejismos del agua. Los camalotes parecían barcazas moviéndose entre los pilares de luces que ya componían un murallón allá a lo lejos. Y desde el otro lado, todas esas imágenes fantasmagóricas, organizaban su propio corso, silencioso, esfumándose en el agua.

O eran como a los lados de un espejo, dos corsos, siempre iguales a si mismos, de uno y otro lado de la ciudad y a medida que indagábamos en la búsqueda , nos dábamos cuenta de que este carnaval era sólo éso: los barrios humildes con lentejuelas y plumas, estandartes y bombos habían bajado a darnos la serenata de su carnaval eterno, una parte de su alegría, una parte de su miseria.

Estaban diciendo, claro, acá estamos. o tal vez siempre lo estan diciendo, sólo que no los escuchamos o que no los vemos.

Que realmente estuvieron quedó registrado en una cámara fotográfica: el casi esfervescente pasar de la comparsa de Alto Verde y sus ranchitos dormidos, una walkiria emplumada de un barrio cuyo nombre no puedo recordar, una madre de santo riendo con bonanza en la humildad de su traje de fiesta, un "negrito" como tantos otros, descalzo, con su tambor y sus palillos.

Su tenue sonreir se fue apagando con el corso.

Dejamos atras las madres de santo, las fotos., los saludos,.
el escenario, los locutores, los niños ,
la gente,
la ilusión,
la comparsa
en su presencia y olvido, huyendo más rápido que el carnaval hacia "el otro lado", dejándolos con sus choripanes y sonrisas desdentadas y espectantes ,sus remeras desteñidas, sus ojillos esperanzados.

Me dije que por pocas monedas la municipalidad, el elegante municipio les había regalado un carnaval. Pero, decididamente, ése era el carnaval "de ellos".

Y nadie más podría comprarlo.